jueves, junio 30, 2016

Amenorrea

La robot humanoide provista de una vagina artificial en activo, llora desconsoladamente al contemplar una simple amapola.

viernes, junio 24, 2016

Viaje en cuatro actos

Hace unos años, cuatro quizás, se me alentó para que escribiera un poema y participara en una antología, dirigida por Begoña Callejón y Ana Tapia, sobre el viaje. Fue una edición preciosa en la que participaron poetas de verdad y, eso, me llenó de orgullo. Elena Medel, Luis Bagué Quílez, Ben Clark, Vicente Luis Mora por mencionar algunos de ellos. Bajo el auspicio de la lectura atenta de Valery y de su Cementerio marino, se gestó mi poema que, hoy, al releerlo siento rechinar algo dentro, errores que no vi adecuadamente por ese resbalar que propicia la maternidad, donde el mayor problema es tener alimentado y abrigado a tu bebé. Ah, la vida. Cuánto se aprende de ella. Cuánto relativiza. Y cuánto se la valora.
Por eso hoy reparo en su lectura, después de tanto tiempo, y pienso que esos errores que cometí ya no se pueden corregir. No en ese libro. Podrán evitarse en otros poemas, a pesar de que aparezcan otros peores, digamos distintos, pero no ése. Aprendo y soy dadivosa, me gusta, me hace sentir libre y feliz. Mi viaje en cuatro actos es altamente críptico. Extraño. Pero aún hoy lo escribiría.

jueves, junio 23, 2016

La oferta


Fue claro. Ascenso a cambio de un brunch. Me puse poca ropa. Mucho maquillaje. Ningún prejuicio. Tomamos un red velvet. Café. Smoothie de apio y zanahoria. Le masturbé con paciencia  y me ofreció sobre su índice una gota de jugo para degustarlo. Sólo después se detuvo su corazón y cayó sobre mí, como una gran muralla en ruinas. El estúpido jamás despertó.

viernes, junio 17, 2016

Pedazos



-Me temo que la parte que a ti te sobra es la parte que me falta a mí, expuso el rostro con boca pero sin ojos.


El rostro sin boca abrió mucho los ojos asintiendo.

La oreja, al margen, escuchaba atenta lo que allí se decía. No comprendía del todo dada su ineptitud.

Sólo faltaba un cuerpo donde adaptarse. Eligieron a una mujer que atendía cariñosamente a su bebé en el jardín. Los tres pedazos orgánicos abrazaron, en orden, el rostro de la mujer que, extrañada al principio, pronto adoptó un nuevo carácter, dándole una violenta e impetuosa orden al bebé para que dejase de llorar.

El bebé aún lloró más, si cabe, al no comprender lo que le indicaba aquel adusto hombre desconocido.

miércoles, junio 15, 2016

La playa



El grano de arena que es el mundo
es arrojado con fuerza desde la pala del niño. 

Arrastrado por el viento. Engullido por el mar.

jueves, junio 09, 2016

El soldadito de plomo


Y Pedrito, tras largas tardes de hastío sin su querido compañero, de desencajársele la mandíbula bostezando, de tanto aborrecer al resto de sus muñecos, de tan soporífera espera, quiso ser él mismo quien abriera el vientre de aquel deseado enorme pez azul y naranja y plata , asestando aquí y allá afiladas cuchilladas ante la atónita mirada de su madre. Y cuando llegó a las nauseabundas vísceras del pescado maloliente, al no encontrar nada extraordinario dentro, salvo el estúpido esqueleto de espinas, se dirigió hacia la ventana y emuló el definitivo salto de su inseparable amigo.



Variaciones sobre la muerte.

El muchacho, antes de arrojarse por la ventana, se clava el cuchillo junto al corazón, después cae sobre la acera. Ensangrentado se levanta y, al percatarse de la inutilidad de su acto, se dirige hacia la estación de ferrocarriles, dejando a su paso un reguero de sangre. Camina sobre las vías y deja que un feroz tren lo arrolle. Sólo después, se lanza a la aguas de un río embravecido que lo arrastrará hasta un océano lento que lo escupirá como una flema a la orilla de una tierra extraña donde será rescatado por un ave zancuda y parlanchina y llevado hasta mismísimo rey.

lunes, junio 06, 2016

La mano

Por imposible que parezca, vivo con una mano. Es mansa como una paloma. En sus cinco dedos guarda todo el erotismo jamás imaginado. Al regresar del trabajo, me espera bajo las sábanas, tendida y abierta como una flor, como una boca, como una herida. Aguarda mi limpio regreso de colonia y cremas, y sube sigilosa hasta mi boca, introduciendo sus dedos, que se enroscan con mi lengua, apareciendo y desapareciendo, mojados y templados, suaves como la seda, para bajar hasta mi hendidura, mojar  y frotar, quedarse dentro, entrar y salir, infinitamente despacio, hasta el salvaje goce.
Sin embargo, ha averiguado que salgo con mujeres, con las que hablo y río, y está tremendamente celosa. Tengo miedo de su violenta expresión, de la tensión de sus cinco dedos. He escondido todos los cuchillos que hay en la casa por temor a que me hiera. Incluso los diabólicos alfileres con los que hemos jugueteado siempre al límite. Mas hoy la encuentro, agazapada tras la puerta, empuñando una percha metálica. Viene hacia mí, loca de cólera.

domingo, junio 05, 2016

La aparición del pájaro que vuela

La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.

Jose Ángel Valente

Confieso que adoro leer en la cama. No puedo conciliar el sueño si antes no he leído, al menos, un par de páginas. Y además, soy lectora desordenada. Mezclo las lecturas caprichosamente. Las mantengo abiertas en mi cabeza y las voy alternando según mis deseos. Tal vez por eso, mis lecturas se prolongan demasiado. Una necesidad que puede tener su origen en mi afición a la escritura. Actualmente leo Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla -que, hoy, terminaré y, por ser una lectura difícil, aún se ha prolongado más- y también leo Purga, de Sofi Oksanen. Pero estas lecturas se ven infinitamente interrumpidas por la poesía. Para mí, leer poesía, es como alimentarme. A ciertas horas, y según haya acontecido el día, necesito un verso de aquí, un verso de allá, y mis neuronas, libres por fin de los números, de las operaciones del mundo financiero, de las ampliaciones de capital tan recurrentes estos meses de comienzo del verano, relajadas ya, hacen curiosas asociaciones de todas esas experiencias de la lectura. Fue ayer cuando me asaltó la feliz asociación de un poema de Valente con otro, bien distinto, del último poemario de Juan Bonilla, Poemas pequeñoburgueses, titulado Beberse un árbol y que, ahora, soy incapaz de separar.

miércoles, junio 01, 2016

Poner orden




Intentaba poner orden en mis pensamientos, como si  de una caja llena de cachivaches, de hoy y de ayer, se tratara. Y qué mejor modo de hacerlo que poniendo orden entre mi colección de libros. Orear algunos de ellos, dar cabida a otros. Por algún defecto mío que aún ignoro, acumulo toda la poesía en un solo estante y me sirvo de criterios de orden muy estrafalarios, como colocarlos en parejas amorosas, digamos Ingeborg Bachmann junto a Paul Celan o, se me ocurre, Única Zürn junto a Hans Bellmer. También sitúo cerca de Anna Ajmátova a Marina Tsvetaieva, en fin, esa clase sentimental de orden. Conviven en aquel estante entre setenta u ochenta libros de poesía que, ante la imposibilidad de permanecer en una fila única, se han visto en la necesidad de ocupar una segunda, ocultando la presencia de autores muy importantes en mi vida. De modo que, para alcanzar a Novalis, tengo que quitar de en medio a Cristina Peri Rossi. ¿Decir “los autores más importantes de mi vida” no es decir un disparate? Viniendo de mí, es posible. Libero, pues, una estantería para acomodar esos libros apelotonados. Decido llevar a esa balda libre a mis poetas predilectos. Aníbal Núñez, Joyce Mansour, Ana Cristina César, Alejandra Pizárnik y, recientemente, Juan Bonilla. Ahora, contando esto, me doy cuenta de que olvidé rescatar a Wislawa Szymborska. Al llegar a casa la trasladaré a un lugar privilegiado.

En esta reconfortante actividad, aparece un libro de Elías Canetti. No recordaba haberlo comprado. Pero ahí estaba. ¿Habrá más cosas que no recuerde? Tampoco recordaba mis pendientes de mariposa con un brillante incrustado y los llevo puestos. Cuántas pequeñas cosas olvidamos. El libro en cuestión, tiene en la portada la imagen de Canetti con ese pelucón blanco y el bigote avanzado como si quisiera salir corriendo. Un libro de ingeniosos y brillantes aforismos que uno no se cansa de leer. Un libro que necesita ser señalado y escrito y manoseado. El suplicio de las moscas. Lo leo sintiendo punzadas con varios de ellos. El dardo en la palabra. Me pregunta una compañera si le compro una pulsera. Levanto la cabeza. Me pesan los parpados. Es roja. De plástico. En ella aparece escrito en blanco Yo también soy refugiada. Por supuesto compro una y me la pongo. Me asalta una idea de la que quizá debiera avergonzarme. Sentirme acogida en mi propia casa, refugiada, protegida de los sentimientos que no soy capaz de dirigir. ¿Se pueden controlar los sentimientos? ¿anularlos? Se puede uno refugiar entre las sábanas con un libro de Canetti en las manos, y sentir que, así, estás a salvo.

Ella quiere suicidarse, dice, pero después de que él le pida disculpas.

Elías Canetti.

Adonde te lleve el cabo de un hilo.

U no llega a Vladimir Maiakovski no por casualidad. No es fácil toparse con ese autor siguiendo la senda aterciopelada de la impasibilidad. ...