
Un pez de plata
se come la punta de la luna
iluminándose por dentro.
Como en el grito de tus poemas,
los grandes se comen a los pequeños,
para después eructar un exquisito plancton poético.
Sé de tu tendencia a ingerir
esa clase de migajas.
Te delata el raigambre de tu aliento,
y la voluntad de estilo
al recrujir la voz
cuando distraídamente dices poema.