Paso lentamente las páginas de un periódico marchito, abandonado sobre la soledad de una mesa de mármol, entreteniendo al demonio de mis pesadillas con lecturas y más lecturas, mientras una ligera pesadumbre va apoderándose de mis ojos, haciéndolos cada vez más pequeños, más distantes, menos míos. Acercándome de nuevo al abismo.
A cada página que paso, una tormenta sonora eclosiona en el salón; como un bombardeo a la quietud nocturna que se instala cada noche en el sofá y que no es más que una pequeña muerte que suma y sigue.
Estoy soñando despierta con mis sueños más profundos, esos que proceden de otro tiempo, de combas y faldas tableadas, de truques y trenzas, hasta que me detengo en la imagen de un hombre con cara de lápiz. Tiene los ojos hundidos, tratando de empujar la piel, de salirse del cráneo. Parece que solo hay ojos en su cara larga y huesuda. Es un rostro triste de guerra. Sobre él corona un cartel de cine pintado a mano. Clark Gable y Lana Turner tienen la mirada perdida en el horizonte, acaso pergeñando el modo de huir juntos, avistando un sueño. Otro sueño. Yo también miro aquel diestro infinito, pero donde yo miro no hay nada.
Cierro el periódico y se convulsiona la noche. Ya no es el mismo repicar de campanas. Falta el aliento. La mano culpable. Doy las buenas noches y pienso en la guerra que no he vivido. Y pienso en Joyce y en Proust y en Picasso, y me contento con soñar de nuevo con esa lluvia fina que apenas moja, pero que empapa la ciudad de llanto.
Desde mi ventana la vida solloza como una princesa abandonada. Pienso que el monstruo digital bramará cuando despierte la hierba bañada en lamentos. Ahí fuera, la princesa devastada en sueños, parece que aún respira.
Ahora es cuando el tiempo
A cada página que paso, una tormenta sonora eclosiona en el salón; como un bombardeo a la quietud nocturna que se instala cada noche en el sofá y que no es más que una pequeña muerte que suma y sigue.
Estoy soñando despierta con mis sueños más profundos, esos que proceden de otro tiempo, de combas y faldas tableadas, de truques y trenzas, hasta que me detengo en la imagen de un hombre con cara de lápiz. Tiene los ojos hundidos, tratando de empujar la piel, de salirse del cráneo. Parece que solo hay ojos en su cara larga y huesuda. Es un rostro triste de guerra. Sobre él corona un cartel de cine pintado a mano. Clark Gable y Lana Turner tienen la mirada perdida en el horizonte, acaso pergeñando el modo de huir juntos, avistando un sueño. Otro sueño. Yo también miro aquel diestro infinito, pero donde yo miro no hay nada.
Cierro el periódico y se convulsiona la noche. Ya no es el mismo repicar de campanas. Falta el aliento. La mano culpable. Doy las buenas noches y pienso en la guerra que no he vivido. Y pienso en Joyce y en Proust y en Picasso, y me contento con soñar de nuevo con esa lluvia fina que apenas moja, pero que empapa la ciudad de llanto.
Desde mi ventana la vida solloza como una princesa abandonada. Pienso que el monstruo digital bramará cuando despierte la hierba bañada en lamentos. Ahí fuera, la princesa devastada en sueños, parece que aún respira.
Ahora es cuando el tiempo
se detiene.
Ya nada se puede hacer,
salvo esperar dormida.