miércoles, diciembre 17, 2008

Esther en el espejo

Me gustaría -de verdad me gustaría- poder asomarme al océano de este espejo y reconocerme en él sin que me arrastrara la marea. Creer que esa mujer es la misma mujer que hay bajo mi piel. Que con tan sólo hurgar con el dedo índice pudiera surgir de dentro, brotando como una diosa mortal. Que arañando mi piel, rompiéndola como papel de seda, emergiera de ese pantano oscuro que crece en mi vientre, donde las flores son negras y se riegan con sangre y lágrimas.

Ver en esos ojos mi propia mirada. Ésa que anda perdida como un fantasma condenado a ver lo que nadie puede ver. Lo que nadie se atreve a ver, arrastrando unas pesadas cadenas amarradas a la cruz de mi frente.

Pertenecer a esa sonrisa que se come una fresa, amarga de tentaciones, mientras me observa con la indiferencia de una canción gastada. A esas manos que peinan el cabello con cien golpes de cepillo mientras bisbisea nanas recónditas que nadie escucha. A esos dedos que recorren de arriba a abajo un rosario de secretos.

Saber que ella duerme a mi lado, como mi hermana gemela. Que me sueña suave y tranquila. Que me mece y me vela. Que me cuenta al oído nuestra vida y me dice que esta locura que nos ata es sólo nuestra.

Y me gustaría –de verdad me gustaría- creer que esa mujer que me mira soy yo misma.


Adonde te lleve el cabo de un hilo.

U no llega a Vladimir Maiakovski no por casualidad. No es fácil toparse con ese autor siguiendo la senda aterciopelada de la impasibilidad. ...