Suplico --y remarco el presente del indicativo como si no hubiera más tiempos ni más modos ni más acciones que ésta--
una gentil ceremonia
que de mí para siempre te arranque
expulsando esta maldita latencia de mar sostenido
que no cesa en días en noches en versos,
un exorcismo
que con salmos, rezos, penitencias, sacrificios sea capaz de librarme del castigo de este imperturbable zumbido de abejas
anidado bien hondo tu nombre,
un maléfico rito
que profane y ahuyente la calma que te asiste
mientras en mí percute el dolor
hasta el bruto enloquecimiento.
Un algo --reitero--
que de mí,
para siempre,
te arranque.