
Marcelo sube al último vagón del tren de cercanías.
Hoy lleva un traje distinto, aunque aburridamente gris.
Elige la ventana de siempre. Lee Las flores del mal.
Cuando el tren llega a su parada, Ofelia sube las escaleras del último vagón. Con la mirada, busca al hombre que la perturba cada mañana. Elige el asiento opuesto a él. Si quisieran, podrían viajar con las rodillas pegadas todo el trayecto.
Hoy jugará. Durante sesenta segundos jugará a su juego.
Marcelo sabe que tiene la mirada de su ansiada Circe pegada al cabello.
Jugará. Como cada día. La mirará y soñará cómo la folla despaciosamente, cómo besará sus labios, aspirará la oquedad de su cuello, la desnudará con demora.
Hasta que ella aguante.
Ofelia se remueve y teme que aquel hombre pueda percibir la agitación de su pecho. Mordisquea disimuladamente el pendiente de su labio.
Marcelo, palpitante, le baja las bragas y un murmullo de sangre recorre su entrepierna. Se cubre con Baudelaire y sigue lamiéndola despacio.
Ofelia se rinde. Le cuesta mantener esa mirada, así que abre su libro y lee. Hoy, 35 segundos bastarán.
Cuando Marcelo baja del tren, compra el periódico, hace un sudoku y comienza la espera.
NOTA: A veces escribo y salen cosas como esta, absurdas, que no van a ninguna parte, pero que tengo que escribir, porque de lo contrario se me enquistan. El texto tiene doscientas palabras. Ni una más ni una menos. Sólo quería aclararlo.