martes, mayo 10, 2016

Diálogos imaginarios ii

Guardo un secreto.
¿Qué clase de secreto?.
No es un gran secreto. Lo guardo, más bien por pudor.
¿Y por qué me lo dices? ¿acaso quieres librarte de él?
Es posible. No estoy segura. Está ahí siempre. Latiendo bajo la piel. Recordándome que no se marchará sin más. ¿Quieres saber de qué se trata?
No estoy seguro. Es tu secreto. Nadie debería desvelarlo. Ni siquiera tú misma. ¿Qué derecho tienes?
No me asustes.
Si me lo cuentas, ¿cómo podré confiar en ti desde ahora sabiendo que no eres capaz de guardar ni tus propios secretos?
Creí que te gustaría.
¡Claro que me gustaría que no tuvieras ningún secreto! Por quién me tomas. 
¿Entonces, quieres que te lo cuente?
No. No quiero saberlo.
No se trata de un gran secreto. Simplemente me atenaza un pequeño recuerdo.
Tan pequeño no será cuando te tortura hasta el silencio.
¡Oh, por Dios! No me tortura.
¿Y, entonces, por qué lo guardas con tanto celo?
Ya te dije, por pudor.
Qué patraña.
Da igual. 
Da igual ¿qué?
Da igual. Olvídalo.
Claro. Como si fuera tan fácil olvidar que guardas un secreto.
¿Te lo cuento?
Ni hablar. Te arrepentirás al segundo de haberlo hecho. Me reprocharás con el tiempo que lo haya sabido. ¿Te sentirás mejor?
Eso creo.
Desembucha.
Se despidió de mí minutos antes de suicidarse.
Qué te dijo.
Me mandó un breve mensaje que decía “has sido importante”. Y aquí viene la tortura. Yo no sabía de qué hablaba y, mucho menos, cuáles eran sus intenciones.
Y qué le dijiste.
Le pregunté que por qué me decía eso, que se lo agradecía pero que no lo comprendía. ¿Había hecho algo sin saberlo?
Y qué contestó.
No contestó.

lunes, mayo 09, 2016

El poeta.



El poeta, con gestos demorados, tomó asiento frente a su mesa de trabajo y, en su libreta de anodinas anotaciones, escribió el verso que había soñado. Con una bellísima Montblanc y acompañado de un hermoso rasgueo de patas de araña esculpió un verso. Los versos no son los mismos de otro modo, aclaró entre bisbiseos para ese otro desdeñoso yo que le acompañaba siempre. Después, atrajo hacia sí una gran pila de papeles, y con la ayuda de una máquina, comenzó a calcular tipos de interés, rentabilidades acumuladas y desviaciones numéricas y continuó haciéndolo durante el resto del día y, súbitamente, le asaltó la oscura idea de que también al día siguiente y al otro y al otro, calcularía más cifras interminables y que, aquel verso, quedaría huérfano y olvidado en su libreta hasta el día de su muerte que, claramente, premonizaba sobre su mesa de trabajo. Tras lo cual empezó a llorar. Y todo este drama le trajo de nuevo la necesidad de escribir otro verso, todavía más hermoso y trágico y definitivo que el anterior, que rasgó en el papel rayado de su estúpida libreta y, calculó divisas, coeficientes de liquidez y procedimientos excepcionales del mercado financiero sin descanso cuadrándole todo al último céntimo, hasta que un sentimiento, ahora de profunda satisfacción, le obligó a anotar, antes de poder olvidarlo, un verso magnífico, redondo, sonoro, whitmaniano… y en fin, para qué aburrirles.

viernes, mayo 06, 2016

Buenos modales

Este matrimonio antediluviano, lleva al extremo su distinguida educación. Todos los gestos son comedidos. Las palabras, correctas. Los sentimientos, dominados. Cuando yacen juntos, en la sutil cama, ni un gemido escapa de sus gargantas. Orgasmos silenciosos, que después, no comentan. Así que, no es de extrañar que cuando, durante el almuerzo, él se atraganta con el finísimo hueso de un anca de rana, haga todo lo posible por pasar desapercibido. Disimula mientras agoniza. Lucha elegantemente contra la muerte frente a su mujer. Oculta su rostro, que pasa del blanco al rojo, hasta que, por fin, fallece sobre la mesa, doblado, como un títere sin brazo que lo sostenga.

lunes, abril 25, 2016

El preso

El criminal confinado entre miles de barrotes, apresado con cientos de llaves, cercado tras decenas de sólidos muros, en una isla remota, a kilómetros y kilómetros de la humanidad, riega dócilmente un lirio en su celda. Su malignidad está a salvo.

Y llora en silencio cuando, del exterior, llegan gratas noticias, como exterminios, asesinatos en masa o alguna violación a una joven novicia.

jueves, abril 21, 2016

El bebé.


Pasear a su bebé resulta ser uno de los momentos más placenteros del día. Aquel cochecito, azul noche, de ruedas plateadas, amplias y brillantes, avanza lentamente calle arriba, calle abajo, arrojando destellos aquí y allá. Nadie podría adivinar que se aproxima inexorablemente el pináculo de su tristeza. Al llegar a casa, Teresa deja suavemente el cochecito en el salón. Raudos, sus dos hermanos, llegan levantando sendas armas de plástico, batiéndolas locamente, como intrépidos corsarios, hasta que divisan el lindo cochecito, que les hace detenerse en seco y reflexionar. Se acercan al pequeño y mullido habitáculo, con sospechoso sigilo, hasta divisar al soñoliento bebé. Se miran, sonríen, le miran y, como si hubieran sentido una clarísima revelación simultánea, sueltan sus aburridas armas y lo cogen con violencia, haciéndolo volar y golpeándolo contra el suelo, contra la pared, riendo y gritando, poseídos por una alegría repentina y alborotadora.

El juego dura aún un rato más. Por fin, de nuevo hastiados, abandonan al bebé, en el suelo. Miller, el perro aventurero, lo olisquea. Y le muerde una pierna y un brazo. Chupetea con su lengua afilada el cuerpecito, acompañándolo de un monótono sonido adormecedor.

Reaparece Teresa, que avanza con cara de fastidio. En el salón, recoge al bebé del suelo de muy mala gana. Sin darse cuenta, golpea su cabecita contra el pico de la mesa de fumador. Lo vuelve a meter en el cochecito y, acto seguido, grita como una loca y llora desconsolada.


Esa muñeca era su preferida.

Irás naciendo poco a poco

Tal vez la vida sea sólo eso. La lectura de aquel libro. Escribir un verso, probablemente mediocre. Subrayar frases hermosas con marcadore...