Guardo un secreto.
¿Qué clase de secreto?.
No es un gran secreto. Lo guardo, más bien por pudor.
¿Y por qué me lo dices? ¿acaso quieres librarte de él?
Es posible. No estoy segura. Está ahí siempre. Latiendo bajo la piel. Recordándome que no se marchará sin más. ¿Quieres saber de qué se trata?
No estoy seguro. Es tu secreto. Nadie debería desvelarlo. Ni siquiera tú misma. ¿Qué derecho tienes?
No me asustes.
Si me lo cuentas, ¿cómo podré confiar en ti desde ahora sabiendo que no eres capaz de guardar ni tus propios secretos?
Creí que te gustaría.
¡Claro que me gustaría que no tuvieras ningún secreto! Por quién me tomas.
¿Entonces, quieres que te lo cuente?
No. No quiero saberlo.
No se trata de un gran secreto. Simplemente me atenaza un pequeño recuerdo.
Tan pequeño no será cuando te tortura hasta el silencio.
¡Oh, por Dios! No me tortura.
¿Y, entonces, por qué lo guardas con tanto celo?
Ya te dije, por pudor.
Qué patraña.
Da igual.
Da igual ¿qué?
Da igual. Olvídalo.
Claro. Como si fuera tan fácil olvidar que guardas un secreto.
¿Te lo cuento?
Ni hablar. Te arrepentirás al segundo de haberlo hecho. Me reprocharás con el tiempo que lo haya sabido. ¿Te sentirás mejor?
Eso creo.
Desembucha.
Se despidió de mí minutos antes de suicidarse.
Qué te dijo.
Me mandó un breve mensaje que decía “has sido importante”. Y aquí viene la tortura. Yo no sabía de qué hablaba y, mucho menos, cuáles eran sus intenciones.
Y qué le dijiste.
Le pregunté que por qué me decía eso, que se lo agradecía pero que no lo comprendía. ¿Había hecho algo sin saberlo?
Y qué contestó.
No contestó.
Cuaderno de apuntes de ESTHER CABRALES
Las ilustraciones que aparecen en este blog son fruto de la autora.
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