Y con la cabeza sobre tu pecho
oscilando en la penumbra
sin pensar
o, por qué no, pensando en las orillas de este poema
que se circunscribe en el silencio,
en el viento abisal de tu voz quebrada,
en el lenguaje incoherente del amor,
en Ciorán y en todos los apátridas del tiempo,
en nuestros hijos –esos que no han nacido y que jamás nacerán-,
en los poetas muertos,
en las bocas llenas de flores,
en el tiempo que caerá sobre mis manos,
sobre nosotros en la penumbra en el dolor de palabras extranjeras como amor poema o yo.
oscilando en la penumbra
sin pensar
o, por qué no, pensando en las orillas de este poema
que se circunscribe en el silencio,
en el viento abisal de tu voz quebrada,
en el lenguaje incoherente del amor,
en Ciorán y en todos los apátridas del tiempo,
en nuestros hijos –esos que no han nacido y que jamás nacerán-,
en los poetas muertos,
en las bocas llenas de flores,
en el tiempo que caerá sobre mis manos,
sobre nosotros en la penumbra en el dolor de palabras extranjeras como amor poema o yo.
Comentarios
Espero que podamos seguirnos mútuamente.
Daniel Yáñez, un amago de apátrida en el tiempo.
Hoy te envío el cuento para el dibu.
Besos.
Hay una suspensión que me gusta mucho en el poema, como si se mantuviera en un precario equilibrio.
Una latencia detrás que cada palabra...
Es tan exacto lo que escribís, Esther. Si esas palabras no nos resultaran extranjeras no escribiríamos, no nos arrancaríamos las flores de la boca, no nadaríamos hasta esa orilla que invariablemente retrocede ante cada brazada y se desplaza sin que podamos alcanzarla. Ese es el prodigio y la condena.
Un abrazo.