LUCES DE NEÓN
Llueve. Los vehículos, con sus ráfagas, me impiden ver con claridad. A través del espejo retrovisor veo sus ojos suplicantes. Gritan enmudecidos. Tengo a la chica y el dinero. Ahora no es el momento, pero lo cierto es que, abriría la puerta y la dejaría huir. Con sus medias rotas. Tal vez podríamos hablar, tomarnos unas copas. Pero los negocios son así.
A esos cabrones les da igual la chica. No tienen hijos. No saben lo que es el dolor. Ella solo es una pieza que sobra en este rompecabezas. Jugarán con ella y después le meterán una bala entre sus preciosos ojos.
Diluvia. Deben estar dentro. Esperándome. Las luces de neón brillan duplicadas en el asfalto. Bien. Esto es lo que haré. Saldré del coche. Cogeré el dinero y después, la chica. La entregaré, tal y como acordamos. Ellos me darán mi parte y yo no volveré a pensar en ella jamás. Se acabó. Qué más da lo que hagan con su piel.
Cojo la bolsa con el dinero. Está húmeda. Bajo la ventanilla y la arrojo al suelo mojado. Meto primera y acelero. Segunda. Tercera. Los ojos de la chica me siguen mirando. Ya no hay vuelta atrás.
Esther Rodríguez Cabrales