Y no es que yo sea como ese personaje que, por cierto, entre nosotros, estaba un poco majareta, pero creo que su entusiasmo y su vehemencia siempre me han conquistado el alma y la he emulado sin saber que lo hacía. Oh, cómo sufre Catty. Qué bella es en su pesadumbre. Y todas esas montañas al fondo. Esos tentadores acantilados. Y el hermoso y hosco huérfano Heathcliff. Cuánto la ama. En fin. Maravilloso sentimiento de amor contra todo y contra todos. Lo extraordinario de la literatura se concentra en esta novela.
Todo esto lo cuento porque me hallo inmersa en la relectura de Mujercitas. Lo leí siendo una niña y vuelvo a este libro ya siendo una mujer madura, valga el eufemismo.
Cuánto disfruto con esta lectura. Cómo me gustaría escribir una novela así. Tengo doscientos mil arranques a posibles novelas que jamás pongo en práctica, ¿será que sólo sé escribir poesía si es que acaso la escribo? No es falsa modestia, si alguno lo creyera así.
En verdad creo que mis libros son el resultado de varias circunstancias fortuitas, entre ellas, desde luego la suerte, pero también la perseverancia y la tenacidad, y nunca porque sea una gran poeta. Podríamos incluso omitir el adjetivo y no mentiría en absoluto.
A los hechos me remito.
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