Reseña de Animal por Andrés García Cerdán en la revista Epicuro



El animal más hermoso
Andrés García Cerdán

¿Hay todavía en nosotros
una espiga de trigo?
-Pedro Casariego Córdoba-

Conocí a Esther Cabrales una de esas tardes en que el verano nos recuerda que está ahí para quedarse. Hablamos de sus acuarelas, de sus heterónimos, de la literatura, de Nick Cave, de Ida Vitale y Anne Carson, de Pedro Casariego Córdoba. A lo largo de estos últimos años, con una entrega muy despierta, la he visto y la he leído en sus dibujos y en sus libros, Erosión (2017) y Cuerpos (2019), ambos publicados por Renacimiento. Me pareció desde el principio una voz viva con una intuición rabiosa e iluminada de la intimidad. Nada de eso ha cambiado.

Esta mañana unos versos suyos (“El mundo / no es sólo un mundo. / El mundo / es un mundo dentro de otro mundo / que llevo en mi boca.”) me han recordado a Stephen Spender: World within a World. Es hermosa la imagen. Círculos que se entrecruzan y se incluyen, que se acogen y se reflejan y se proyectan, el lenguaje y la realidad, las palabras y la vida. Una continuidad imparable, se podría decir, y la conciencia de que el mundo es mucho más nuestro cuando lo decimos. ¿Es esta la antigua batalla de Juan Ramón cuando pide a la inteligencia el nombre exacto de las cosas? Un poeta tiene ante sí una empresa fabulosa: crear de nuevo el mundo al decirlo, regresar al tiempo en que palabras y cosas eran lo mismo, cuando todo era tan reciente que la realidad no tenía ni siquiera nombre. 

Inaugurar como un animal de deseo y lenguaje el mundo es lo que hace en este nuevo libro Esther Cabrales. Decirlo con su boca. Y no es en vano que encabece este Animal una cita de Juan Bonilla para lamentar que la palabra lluvia ya no suscite la lluvia, que el fuego de la palabra fuego no queme. Elegía de un paraíso perdido. La hermosa y viva cuestión que Platón se cuestionaba en el Crátilo: la intimidad entre palabra y cosa. La vieja nostalgia de un lenguaje adánico en que las palabras fueran el fuego y la lluvia. Que fueran magia y conocimiento y amor. Que las palabras fueran mito. Que nos protegieran.

La búsqueda del lenguaje que pudiera decirlo todo, ser todo, es una de las aspiraciones de este poemario. En su voz existe el deseo de ser comprendida, escuchada: “Para comprender mi tristeza / habría que quemar, al menos, un bosque. / Devastarlo.” En cada poema se busca la música original que nos permite decir, en toda su verdad inmediata, quiénes somos, y la contradicción en la que nos reconocemos, la pulsión entre el erotismo y el caos, y la pureza de un poema que a veces parece construido sobre los fragmentos que quedan del día a día. Se diría que este es un poemario fundado sobre la nostalgia de aquella ancient heavenly conection que Alain Ginsberg cantaba en Howl, de aquella superrealidad, la alta vida, que solo se podría restituir desde la palabra. “Qué acto puro / podría surgir de la destrucción / más que la poesía”, se pregunta. 

Esther Cabrales sigue las sendas del autoconocimiento y pretende responder en sus palabras limpias unas pocas preguntas esenciales: quién es, qué quiere, hacia dónde. Y parece necesitar que el poema, la emoción, el cuerpo sigan siendo la respuesta transparente y el lugar donde no caben los sueños dislocados, ni la erosión, ni la desaparición. El poema es la chaqueta de punto inglés del padre, que se conserva para que nunca se vaya del todo lo que hemos querido. También es un poema el cuerpo que nos salva en su sensualidad de las fracturas cotidianas. También las cuerdas invisibles que nos unen de ventana a ventana, las líquidas conexiones con el otro. También los libros que viajan con nosotros, en nosotros, desde su más pura inocencia, con todo su placer y su peligro: “Viajo con los libros a cuestas. / Donde quiera que vaya / me acompañan / páginas y más páginas. / Cojo trenes, taxis y leo.” 

El animal de estos poemas sueña y escribe y lee y espera y ama y camina. Conoce la impaciencia: “Para qué / seguir esforzándonos. / Para qué / amar tanto”. Conoce las rutas entre los trozos de algo y el dolor: “Ardua tarea la de caminar / entre tanto cuerpo / por los suelos, / tanta pierna, tanto brazo / dislocado.”  Y lo intenta decir todo en un lenguaje directo, explosivo, que se plaga de mínimas rupturas, de enumeraciones y frases entrecortadas. “Habita allí dentro / una hermosísima tempestad / agitando cuanto puede, / saliendo por los orificios nasales, / por los oídos, por la boca.” El poema tiene la extensión de esa tormenta interior, el ritmo de la respiración que no se contiene. Tomar aire para decir en un impulso único el desasosiego o la hermosura. Hay a veces un lenguaje que se da al aire como un balbuceo, como un grito, como una exhalación, como algo que no se puede retener dentro. Decir la necesidad de la emoción. Mirar fijamente “la luz cegadora / que proyectan los sueños imposibles.”

De regreso a casa, al lenguaje, somos en estos poemas, como ella, “un bosque impenetrable” y una niña perdida. Y, sin embargo, en nosotros sigue bailando esa espiga de trigo de Pe Cas Cor. La naturaleza, la atracción, la boca desde la que decimos nos construyen, están vivas en nosotros. Con Esther somos animales sedientos de amor. Somos el animal más hermoso, el que cree más que nunca en las palabras.

Fuenteálamo, 07 de noviembre de 2020



Animal

Esther Cabrales

Torremozas, 2021.

Comentarios