jueves, noviembre 30, 2017

Erosión.

(Presentación del libro Erosión el día 29 de Noviembre de 2017 en la librería Nakama Lib.)

Quería recordar las palabras de Roberto Juarroz en torno a la poesía. Dicen así:

"Una palabra es todavía el hombre.
Dos palabras son ya el abismo.
Una palabra puede abrir una puerta.
Dos palabras la borran".

Esto explica, en cierto modo, que Erosión haya sido escrito valiéndome de muy pocas, escasísimas palabras. Sin artificios. Sin hacer piruetas. Sin ser pretenciosa o tratando de no serlo. Nada de doble salto mortal. Ni redoble de tambores. Sólo palabras esenciales. El verso corto y el ritmo me daban la pauta. Abrían el camino. Yo sólo caminaba sintiéndome cómoda en ese, por qué no, viaje iniciático hacia la batalla contra mis propios fantasmas.

Se trata de un discurso interior, un soliloquio paranoico, reiterativo, acometido con la vana intención de aplacar una tristeza; impedir, de algún modo, que se instalara en mi geografía, dentro de mis límites. Evitar que se erigiera reina y se quedara para siempre aquí, creando un estado emocional anómalo y algo esquizofrénico. De ningún modo echarla, sino, digamos, tratarla como ella necesita, darle su lado, con mucha mano izquierda, hasta dulcificarla como el arrope, pero mantenerla a raya.

La idea central del libro es la soledad o al menos eso creo, que si bien no es una emoción alegre, sí que alberga otras que son positivas, como la fuerza, el orgullo o la resistencia ante la adversidad. Porque sí, Erosión es un libro triste.

No me refiero a la soledad física, sino a la otra soledad, la peor de todas. Ésa que arremete cuando la muerte hace acto de presencia. Esa soledad egoísta que te engulle aunque todo a tu alrededor parezca abrazarte.

Después me percaté de que, cada poema, era un objeto. Un objeto atravesado de angustia, pero objeto. Comprendí que, los versos, por sí solos, no decían nada. Coges un verso, lo lees y nada. Qué poca cosa. Ésa es la verdad. Pero esa concepción de pequeño artefacto que estalla en los labios, me sedujo hasta el punto de necesitar más. Un poema más. Y otro. Y otro más. Era, de algún modo, trabajar la nanoingeniera emocional de la histeria. Ahondar en mí misma. Tratar de explicarme. De entenderme también con las palabras justas y necesarias. Expresar sentimientos indecibles con palabras que ya fueron sin darse cuenta o nunca las dejé ser. O no quisieron ser, pero ahora pujan por serlo y son primicias. Palabras que, con su simpleza y su nitidez, ocuparían -u ocupan- lugares excelsos, como lo es un poema.




Erosión es resutado, no sólo de mi apremiante necesidad de decir, sino también de la pasión que Andrés García Cerdán puso para que enviara el borrador, como poco a Marte, porque de lo contrario, lo haría él mismo a pie, o a la pata coja si así se lo exigieran; y no existiría, sin la lectura atenta de Abelardo Linares, en adelante, el editor, que no dudó de mi libro, y eso me hizo dudar a mí; y desde luego, nada hubiera sucedido aquí, en Nakama, de no ser por la ayuda de Juan Bonilla que, pacientemente, ha ido resolviendo, con humor, todas y cada una de mis angustias, por la de Alfonso Brezmes, que sabe cómo mantenerme calmada porque es la quietud hecha persona y, finalmente, por la de Ángel Petisme que, desde un primer momento, no puso objeciones en ayudarme, sin saber quién era yo, si una primeriza o una asesina en serie. A todos ellos, mi más sincero agradecimiento.

jueves, noviembre 23, 2017

La noche en tu boca.

El pasado día 22 de noviembre de 2017 intervine en el programa Baldosas amarillas, dirigido por Isabel Tejada desde Jaén. Cuento con una sección, a la que he dado el nombre de La noche en tu boca, título extraído de uno de los versos que Joyce Mansour nos dejó escritos. Dejo aquí el borrador completo de mi intervención, para poder recordarlo con el tiempo y, además, dejo el link del podcast que Uniradio Jaén ha colgado en su web. 

No sabría vivir
Sin ardiente deseo
Ni barca
Para
Mis
Noches
Blancas



Parece increíble que, en un mundo tan lleno de información como el de hoy, aún no se conozca bien, ni tan siquiera regular, la inquietante poesía de Joyce Mansour. 

Egipcia y judía, nacida en Inglaterra, pero con residencia en París.

De una extraña hermosa belleza.

Corredora de fondo y especialista en salto de altura.

La oscura poesía de Mansour nos revela un mundo extraordinariamente bello y terrorífico.

Los pies dolientes
Las manos atadas
El vientre colgando
Sin voz para gritar
Tú te acomodas en mi aplacado cuerpo
Para frecuentar mis insomnios.

Se unió al movimiento surrealista francés donde conoció a André Breton y al que le unió una honda amistad. Joyce Mansour se pasó toda su vida esquivando una enfermedad que alcanzó prematuramente a su primer marido y a su madre, y finalmente, a ella misma. 

Su poesía es violentamente erótica, una mezcla de placer y dolor.
Versos lacerantes y lapidarios,
auténticas parábolas de obsesión morbosa, con alusiones escatológicas y crueldad sin fin, hacen de la intensa obra poética de Mansour un ejemplo del ideal surrealista de la "vida inmediata" hecha carne y llevada al extremo. 




Sé que los que mueren durante el coito se transforman y aprenden de nuevo a sufrir
Cuando la luna saca su verga de ojos de lluvia
Se restriegan sobre sus llagas y parecen desfallecer
Poseídos por el vacío
Discolados perdidos
Ocupan el aire con sus miembros abren sus bocas gritan
Brotan perlas de sus hermosos muñones
La leche mana
Mas una fina lluvia infla los cielos en los que nada la podredumbre
Ahogando a los muertos de endomingados ojos
Ahogando a los tiranos que se disputan la eternidad
Haciendo que hombres y bienes
Mujeres niños hombres perros perros con cabeza de hombre
Todos esos perros de hombres
Esos bienes de hombres
Floten en la fibrosa sopa
De la nada

Gritos, Desgarraduras y Rapaces, son tres de sus poemarios que no dejan lugar a dudas: erotismo en carne viva, impúdico y cargado de simbolismo.

Déjame amarte
Me gusta el sabor de tu sangre espesa
Que tanto tiempo conservo en mi boca desdentada.
Su ardor me quema la garganta.
Me gusta tu sudor.
Me gusta acariciar tus axilas
Chorreantes de dicha.
Déjame amarte.
Déjame lamer tus ojos cerrados.
Déjame agujerearlos con mi lengua puntiaguda
Y rellenar el hueco con mi saliva triunfante.
Déjame cegarte.



Su poesía es un grito que te sacude y zarandea, de la que ella misma dejó escrito "Fui al cementerio para asistir a un entierro musulmán. De repente, una mujer se puso a gritar. El grito, grave, nacía en el vientre, y poco a poco se volvió más agudo, hasta estallar; parecía surgir desde la cima del cráneo... Era terrible. He ahí la poesía. Yo escribo como esa mujer gritaba".


(Dejar que la música de Grasshopper llene este espacio)



Quieres mi vientre para alimentarte.
Quieres mis cabellos para saciarte.
Quieres mis riñones mis senos mi cabeza afeitada
Quieres que lentamente lentamente muera,
Y que al morir murmure palabras de niño.

"Hay un lenguaje inmediato, balbuciente, fragmentario, hecho jirones, del sexo, del frenesí, del cuerpo masculino vicioso y del cuerpo femenino desplumado, de la noche y del alba, de las camas deshechas, de la cama-cloaca y de la cama-infierno, de las lagrimas de deseo, de los gritos de placer, de la sangre espesa, de las axilas chorreantes de dicha, de las crucifixiones y hasta de la necrofilia, de las medias y de los corsés, de las espaldas femeninas arqueadas por los sueños de los hombres. Pájaros también. Y moscas. Y féretros. Y la muerte siempre." 

Eugenio Castro, es traductor de la poesía de Mansour.



Tus manos hurgaban en mi seno entreabierto
Rizaban mis rubios rizos
Me pellizcaban los pezones
Hacían crujir mis venas
Coagulaban mi sangre
Tu lengua se hinchaba de odio en mi boca
Tu mano marcó mi mejilla con la señal del placer
Tus dientes dibujaban en mi espalda juramentos
La médula de mis huesos se escurría entre mis piernas
Y el coche corría por la carretera orgulloso
Atropellando a mi familia a su paso.



Lo mejor que podemos hacer para conocer su febril poesía es leerla sin miedo, acoger sus oraciones y dejar que nos purifique en su círculo del infierno.


Nota: Todos los poemas que aparecen pertenecen a Joyce Mansour y han sido copiados del libro editado por Ediciones Igitur.

miércoles, noviembre 08, 2017

Adonde te lleve el cabo de un hilo.

U no llega a Vladimir Maiakovski no por casualidad. No es fácil toparse con ese autor siguiendo la senda aterciopelada de la impasibilidad. ...