viernes, marzo 25, 2016

Amor

Aquel muchacho detestaba el desorden y alguien le recomendó, para evitar sus crisis maniáticas, cultivar y cuidar un bonsái, siguiendo la tradición japonesa saikei. La técnica constante de limitar el crecimiento de aquella miniatura, cortando con una pinza aquí y allá o, dirigir el crecimiento a su antojo con un hermoso cableado, lo abstraía, calmando su ansiedad paranoica por la perfección. Su meticulosidad aumentaba cada día que el arbolito trataba de existir por sí mismo. Si encontraba un modo natural de crecer, el muchacho lo contenía y acotaba minuciosamente durante horas. Sin apenas dormir, el muchacho vigilaba su pequeño olivo, perfeccionándolo sin descanso, evitando que el arbolito existiera en toda su plenitud. Pero puede que la técnica fallara, en un momento en el que el sueño venciera al muchacho y que, un resquicio de espacio, hiciera avanzar rápidamente a una rama. Y esa rama creciera tanto que respirara aliviada, animando al árbol a desperezarse y, que las raíces, fuertes como nunca, abarcaran el cuarto y treparan hasta la cama donde el muchacho dormía y lo abrazaran, agradecidas por ese error, cercenando su cuello, apretando hasta dejar de sentir aquellos espantosos ojos, tan abiertos, jamás vividos antes.

miércoles, marzo 23, 2016

Guardo tu voz

Guardo tu voz
como quien guarda un pequeño insecto.
De vez en cuando, 
si me oprime el pecho,
abro la caja
y trato de escuchar a aquella extraña criatura,
agito el pequeño habitáculo para comprobar si aún está viva,
entonces, si los hados son favorables, suena la voz,
y doy un respingo
al comprobar
que no era así como la recordaba.
Es lacónica y cansada.
Si no lo son,
y ya nunca lo serán,
cierro la caja,
con la vaga esperanza
de oírlo en sueños.
Sueños bonitos de insecto.
De patas y zumbidos
que cosquillean la memoria.

Quiero

Quiero pensar
que la vida real
no es la de tu última conexión
mientras duermo profundamente.
Esa presunta vida
de mujeres loquísimas y bellas,
esclavas.
La de conversaciones
a punto de quemar la voz,
al filo de la palabra,
de las que matan y resucitan y
vuelven a matar,
o quizás de verdadera literatura,
la de alcohol y humo y alumbramiento,
de hallazgos y revelaciones,
faulkerianos, maupassantianos, pitolianos o borgianos.
What are you
talking about?
Quiero pensar
que la vida real
es la del último libro que estoy leyendo,
la de comprar leche y café,
y por qué no, leguminosas.
La de amanecer muy temprano
con el propósito de trabajar para otro
y dejarte los ojos y la vida en ello.
La de mirar a través de la ventanilla del tren,
y divisar una hilera de pájaros
sobre un cable de alta tensión.
La de llorar pero también reír.
La de caminar entre tanta gente
y regresar una y otra vez.
Quiero pensar
que la vida real
es, simple y llanamente,
esta deriva, de no saber.

jueves, marzo 10, 2016

Otra

Sólo quiero leer. Eso es todo. Volver a la poesía, al silencio, a la máscara. Quiero volver a Pizárnik y a Duras, a Lispector. A César. Quiero apaciguar el ruido de dentro. Contener las lágrimas que siempre están a punto de brotar. Quiero no entenderme con nadie. Ni siquiera con los que normalmente me entiendo. Quiero olvidar el error. Quiero un bálsamo que no existe. Quiero dormir. Fuera de todo. Ser malhablada para siempre. Brusca, violenta. Otra.

miércoles, marzo 09, 2016

Samanta Schweblin

Sueños de insecto

Guardo tu voz
como quien guarda un pequeño insecto.
De vez en cuando, 
si me oprime el pecho,
abro la caja
y trato de escuchar a aquella extraña criatura,
agito el pequeño habitáculo para comprobar si aún está viva,
entonces, si los hados son favorables, suena la voz,
y doy un respingo
al comprobar
que no era así como la recordaba.
Es lacónica y cansada.
Si no lo son,
y ya nunca lo serán,
cierro la caja,
con la vaga esperanza
de oírlo en sueños.
Sueños bonitos de insecto.
De patas y zumbidos
que cosquillean la memoria.

martes, marzo 01, 2016

El buitre


Llevo tanto tiempo aquí, roto, que ya me cuesta respirar. Apenas un hilo finísimo entra torpemente por mis orificios nasales. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos por conseguirlo. Inspiro con tanto trabajo que prefiero no seguir intentándolo. Mi cuerpo no lo necesita. Quiere abandonarse. No soy consciente del mundo. Ni de la luz que entra. No lo soy de los sonidos que llegan amortiguados. Lejanos. Como si procedieran de un sueño profundo. Tengo los brazos muertos, las piernas. No puedo moverme. Todo yo soy un guiñapo. Carroña. No articulo ni un sólo sonido.  Si pudiera gritar no sé si lo haría. No siento más que lástima de mí. Llega el momento de la muerte. He oído el batir de alas de un ave de rapiña a mi alrededor. Vuela en círculos sobre mi cuerpo hasta que se extinga mi latido. Ahora siento su presencia maligna muy próxima, al acecho. Puede que, ni siquiera espere a que muera para comenzar su festín. Soy una presa rendida. Me entrego. Dejaré que me atraviese la carne. Que me despedace y me devore. No haré más. A menos que, al fin, te decidas haciendo que el teléfono vibre con tu llamada, como un milagro y lo espante.

Adonde te lleve el cabo de un hilo.

U no llega a Vladimir Maiakovski no por casualidad. No es fácil toparse con ese autor siguiendo la senda aterciopelada de la impasibilidad. ...