miércoles, febrero 18, 2009

Y cuando sus ojos azules miraron al suelo,
brotó un océano entristecido
en donde flotaba, alejándose, su sonrisa.

sábado, febrero 14, 2009

El día más feliz de su vida.

Edmundo tiene claro lo que hacer con su vida.
Se anuda la corbata.
Revisa sus gemelos y aún le queda un minuto para estremecerse.

¿Si? / ¿Edmundo? / Sí, diga. / Soy Graciela... / Graciela... claro, vaya... no podrá ser ahora. Justo iba a salir. Me caso. / ¿Te casas? no me dijiste nada.../ Se me pasaría... te llamo yo ¿te parece? / Eso me dijjiste, aún sigo esperando... ¿no lo pasaste bien, Edmundo? / Si, lo pasé bien... tengo que irme... Lo siento... te llamaré, descuida. ... / Está bien. Sé feliz. Apunta “Hospital Centro”. Maternidad. Es bellísima.

jueves, febrero 12, 2009

Maniquíes

Le han crecido piernas
al jardín,
apuntando al cielo,
plásticas y lujuriosas
pálidas como la luna.

Son piernas de cabaret
lascivas, gélidas, sólidas,
pequeños narcisos a la orilla
de un estanque de ciudad.

Voy por un pasillo
frío y solitario,
entre Recoletos y Alcalá,
y un insistente repicar de campanas
me anuncia a un Dios atenuado,
ridículo y disminuido,
incapaz de amonestar para que entre y le adore.

Las piernas miran,
parecen sonreír,
quieren que mire yo también
el beso de dos amantes,
imperturbables,
que se tragan el alma
a cuchillazos.
¿Cómo iban a saber?
si nadie les advierte
del peligro de muerte
de aquellas falsas flores.
Antes de que mueran ellas
las mataremos nosotros
golpeándolas con la mirada
de la incomprensión.

Al jardín le han crecido piernas
desfallecidas,muertas.

domingo, febrero 01, 2009

Crónica de una maldita noche

Paso lentamente las páginas de un periódico marchito, abandonado sobre la soledad de una mesa de mármol, entreteniendo al demonio de mis pesadillas con lecturas y más lecturas, mientras una ligera pesadumbre va apoderándose de mis ojos, haciéndolos cada vez más pequeños, más distantes, menos míos. Acercándome de nuevo al abismo.

A cada página que paso, una tormenta sonora eclosiona en el salón; como un bombardeo a la quietud nocturna que se instala cada noche en el sofá y que no es más que una pequeña muerte que suma y sigue.

Estoy soñando despierta con mis sueños más profundos, esos que proceden de otro tiempo, de combas y faldas tableadas, de truques y trenzas, hasta que me detengo en la imagen de un hombre con cara de lápiz. Tiene los ojos hundidos, tratando de empujar la piel, de salirse del cráneo. Parece que solo hay ojos en su cara larga y huesuda. Es un rostro triste de guerra. Sobre él corona un cartel de cine pintado a mano. Clark Gable y Lana Turner tienen la mirada perdida en el horizonte, acaso pergeñando el modo de huir juntos, avistando un sueño. Otro sueño. Yo también miro aquel diestro infinito, pero donde yo miro no hay nada.

Cierro el periódico y se convulsiona la noche. Ya no es el mismo repicar de campanas. Falta el aliento. La mano culpable. Doy las buenas noches y pienso en la guerra que no he vivido. Y pienso en Joyce y en Proust y en Picasso, y me contento con soñar de nuevo con esa lluvia fina que apenas moja, pero que empapa la ciudad de llanto.

Desde mi ventana la vida solloza como una princesa abandonada. Pienso que el monstruo digital bramará cuando despierte la hierba bañada en lamentos. Ahí fuera, la princesa devastada en sueños, parece que aún respira.

Ahora es cuando el tiempo


se detiene.

Ya nada se puede hacer,
salvo esperar dormida.

Adonde te lleve el cabo de un hilo.

U no llega a Vladimir Maiakovski no por casualidad. No es fácil toparse con ese autor siguiendo la senda aterciopelada de la impasibilidad. ...