viernes, octubre 03, 2008

Todo parece seguir un orden armónico. Una suerte de baile matemático que ondula el tiempo. Los avatares del día a día se conectan a través de tendidos eléctricos invisibles. Cables de tender la ropa. Antes de concluir el libro de relatos Tres rosas amarillas de Raymond Carver, La máquina del tiempo me envía a mi correo una serie de cuentos de distintos autores y de distintas épocas. Leo los títulos de arriba hacia abajo. Los Asesinos de Hemingway, Algo de Tolstoi, de Tennessee Williams, algo de mi triunvirato Bolaño, Cortázar, Borges. Sonrío al leer algún título. Por ejemplo cuando veo entre ellos el cuento Tres rosas amarillas. Continuo. Me detengo en otro. Se titula La tristeza. Es de Chéjov. Me viene que ni al pelo. Será por lo que siento. Instintivamente busco la definición de tristeza. Después leo el cuento. Las voces de mis compañeras de trabajo llegan amortiguadas. No sé lo que dicen, pero oigo cómo ríen. Da igual, estoy metida en una burbuja. El porqué de todo esto aún no lo comprendo, pero siento que necesito leerlo.

No lo leo, lo devoro. "La capital está envuelta en las penumbras vespertinas. La nieve cae lentamente en gruesos copos, gira alrededor de los faroles encendidos, se extiende, en fina, blanca capa, sobre los tejados, sobre los lomos de los caballos, sobre los hombros de los humanos, sobre los sombreros." Me agobia el personaje y la situación. A la noche retomo la lectura del libro de relatos de Carver. Sólo me queda el último. Se titula Tres rosas amarillas. ¿Por qué esa insistencia? Siento cierto placer antes de leerlo. Por muchas razones. Por la librería. Por el gusto compartido. Por la literatura. Leo: "Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin. Suvorin, editor y magnate de la prensa, era un reaccionario, un hombre hecho a sí mismo cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo...". Siento a Domi toser a lo lejos, mover las páginas del periódico. Cuando se revuelve en el sillón de ese modo, casi imperceptible, sé que no le queda mucho para rendirse ante el sueño. Por un instante, como una ráfaga, pienso que cenobio suena a cenutrio. Me gustan esas pavadas. Cuando termino el relato, suspiro. Todo parece seguir un orden armónico, una suerte de baile pitagórico. Cierro el libro y lo dejo sobre la mesilla. Me arrebujo entre las sábanas y pienso en la absurda idea del declive del libro. Imposible. Después, duermo como una bendita.

miércoles, octubre 01, 2008

Mejor no continuar leyendo, dice el economista somnoliento. Tiene el pelo aplastado. Sus pies son pequeños como los de un muñequito que corona una tarta de bodas. Una suerte de hombre menguante desenfundándose su traje de motorista bemewiano. Lees la primera página y se te quitan las ganas de seguir, continua diciendo. Así están las cosas. Los periódicos económicos dan miedo. Es un desastre. El libro que estoy leyendo parece acompañar el infortunio de estos días. Los personajes de Carver me angustian, y sólo hacen prolongar el desconsuelo que me dejó Fante. Así están las cosas. El buenos días se alarga por el pasillo. Ya es ayer. Un gran agujero negro habita en mi estómago. Me va consumiendo. Una jauría de perros lloran desconsolados en mi cabeza. Camino sobre mis pasos, bajo jirones de sol. El jardín me espera verdeado y silencioso. Allí se juntan las palabras en voz baja. Son verdades. Son besos de viento ¿Dónde queda el mañana? La nuit je mens riza el recuerdo remoto. Se agotan las esperanzas. Quizás mañana. Quizás. Mientras tanto viene el tiempo en el que se caen las hojas. Se arremolinarán entre mis pies, como mañana. ¿He dicho mañana? Puede que la luz aún persista. Que la casa se mantenga en pie. Aquella casa. Quizás mañana sea el principio.



jueves, septiembre 25, 2008

Una mañana, al despertar, los dioses habían caído. Sobre la estantería no quedaba más que polvo orillado de su recuerdo, y unas gafas. Un simple esbozo de luz y sombra. Acaso nada. El suelo había quedado lleno de miedos. ¿Dónde la esperanza? ¿qué haremos ahora sin dioses?, preguntaba mi mujer con un vaho que me empapaba la cara ¿qué haremos? ¡Los inventaremos!, animaron unos. ¡Los reconstruiremos!, aseguraron otros. ¿Y si rezamos?, preguntó mi mujer. La pobre... cuánta esperanza guardan sus ojos. Rezamos. Dios lo sabe. Rezamos durante siglos. No valió de nada.

 

Recogí los pedazos y me fui a caminar. Solo. Tal vez me zafé del miedo. Pero, cuando regresé a casa, un dios mediocre me esperaba. Salmodió un saludo socarrón. Pero ¿qué se había creído aquel Dios? Las heridas cubrían su cuerpo agrietado. Advertí que se había puesto mis gafas. Son mías, dije. No me escuchó. Me pidió ayuda para subir a la estantería. Y allí está. Con mis gafas puestas. Mi mujer postrada ante Él. La pobre...



martes, septiembre 23, 2008

Comienza este triste espectáculo
de la alegría fingida,
la de galones al sol,
la de apretones al desamor,
la de los padres, la de los hijos,
la de los hijos de su padre,
la del adiós.


La domadora de leones,
como ya es costumbre
se sacude ese olor rancio que tiene la existencia.
La mona funambulista,
orea su ánimo tendido en la cuerda tan manida,
dispuesta a perder de nuevo su vida,
y la payasa infeliz, se pinta los labios
de rouge 66
y todo, para fracasar again.

Mientras, la mujer barbuda
no deja de practicar
esa violencia doméstica que tan bien asimiló,
ay que ver, lo fuerte que es y lo dócil que parece.
Luego, después, la gente dirá
no sé que pasó,
era una mujer muy amable.

El motorista chino,
esta noche apenas ha dormido,
pensando en los valores de la bolsa
de los que se mantendrá retraído.
Por lo demás, hay un león harapiento,
una cuerda floja,
una cereza de silicona
una barba roja,
hasta una pobre vieja.

Por lo que se ve hay sobrecarga en la red,
pero eso significa que todo está preparado
para este triste espectáculo
que comienza y termina
cada día.



jueves, septiembre 18, 2008

Sabía que tras las nubes,

la luz aún brillaba.

Así que esperó

alentada por el viento

de su voz.

 

lunes, septiembre 15, 2008

Gritar. [Ricardo Menéndez Salmón]


137

Cogí con muchas ganas a Ricardo Menéndez Salmón del que se comenta entre la crítica más lateral, como así la llama Vicente Luis Mora –crítica literaria que se deja permear por su entorno cultural- ser "uno de los narradores más exquisitos, honestos y originales de la nueva narrativa española". Cuando uno decide que el mundo literario que más le gusta, o le interesa, o en el que más cómodo se encuentra es el entorno a esta generación de escritores afterpop, asume como complicación –digamos también como reto- el riesgo de no comprender del todo lo que se lee. El porqué escogí Gritar, en lugar de Panóptico, La ofensa o Derrumbe, su novela más reciente, debe ser por mi inclinación hacia el gusto por el relato corto, género, primo-hermano del cuento, en el que en poco espacio cabe un universo.

Gritar son nueve relatos, sucintamente dedicados, y alguno –en fin, uno- peinado con una buena cita de Proust. Penetrar en ellos es tan sencillo como coger una llave y abrir la puerta. Pero una vez dentro de su mundo, una vez que se es su mundo, nada extraña. Si que es cierto que los relatos son arriesgados y muestran el mundo como lo conocemos hoy, con sus problemas, miedos y conductas. Pero lamento tener que decir que estos nueve relatos cometen el exceso de la previsibilidad. Si algo he aprendido en estos años de lectora es básicamente que me gusta que un relato sea capaz de sorprenderme. Ricardo Menéndez Salmón no lo consigue en Gritar. No he podido evitar anticiparme a las historias, como cuando se ve una peli mala a la hora de la siesta que sabes de antemano que el chico guapo y dócil es el asesino de la prostituta. Algún rasgo en ellas las hace evidentes y no creo que ese algo sea mi imaginación. Me da la sensación de que falla en ese proceso de escritura la fórmula original, exquisita y honesta de la que habla la crítica.

Por otro lado hay una tendencia a extranjerizar los relatos, globalizarlos, no sé cómo decirlo, hacerlos internacionales usando nombres y escenarios como Olsen, Bruni, Richard, Joshua McNaughton, Karen, Pieter Rühs que no es que me guste más o menos, simplemente me pregunto porqué allí y no aquí, ¿una forma de abrir fronteras a su literatura? ¿o una manera de remotizar historias hacerlas verosímiles o interesantes?

Me sabe mal que mi impresión sea esta que dejo escrita y lo cierto es que hubiera deseado que fuera otra, más amable y menos contundente, porque tenía ganas de Ricardo Menéndez Salmón, pero pesa demasiado el desencanto. Desde luego lo seguiré intentando con Derrumbe. A veces las decisiones de nuestras lecturas no deberían ir tan de la mano de la crítica, pues puede suceder que sea la misma crítica la que aplauda a autores con los que comparten más que la literatura.

viernes, septiembre 12, 2008

Hoy me asaltó el recuerdo de Merceditas, la niña coja, ¿te acuerdas de ella? caminaba arrastrando con disimulo el pie derecho, como un ángel caído. Daba la impresión de que se acababa de torcer el pie. Pero no, Merceditas nació sin poder hacer el juego del tobillo. Su piernita crecía rígida. Siempre tardaba más. Tardaba más para llegar al cole. Tardaba más para salir al patio. Tardaba más para encontrar nuestro escondite en el que nos quedábamos horas, hasta que se nos olvidaba que nos estaban buscando. Merceditas no jugaba al truque. No podía adoptar la figura del flamenco dormido. Se limitaba a mirarnos con su bocadillo de mortadela en la mano, al que daba pequeños mordiscos. No sé si alguna vez hablaste con ella. Yo si. Cuando nadie me veía solía contestar sus preguntas. Tenía un aire intelectual Merceditas. Me hablaba de La cripta embrujada y yo le preguntaba si era una historia de Enid Blyton. Sonreía magnánimamente, como excusando y me explicaba lo divertido que era aquel libro. ¿Te apetece venir a mi casa y lo leemos juntas? Pero yo no tenía tiempo para Merceditas.

Siempre la veía alejarse tranquilamente, dándose oportunidades. Tuvo la suerte de aprender que no vale de nada la prisa, excepto para caer. La vida se nos viene sola, a su ritmo, al compás de un cojeo. Desde atrás se la veía arrastrar el pie con disimulo. Me pregunto cuántos libros irá por delante de mí.


lunes, septiembre 08, 2008

Hoy las nubes han caído hasta sus pies como un ejército triste. Juana de Arco recorre el Paseo de Recoletos cortando cabezas a su paso. Casi no se puede caminar en el valle de las Termópilas.

 

Parece que llega tarde y el árbol no aparece. El agujero negro de su pecho lo siente lleno de melancolía barata. Tantas ganas de nacer. La mano en el pecho. Al fondo, una goleta gris de siete palos aguarda su llegada cuajada de persas y economistas.

 

Un anunciante grita las noticias desde la torre más alta, tienes derecho a morir, tu cuerpo es tuyo. Nosotros, los snobs, te ayudaremos. Smells like you parecen canturrear las flores. No se puede enfrentar una batalla habiendo desayunado sólo un love will tear us apart.

 

Un sombrerero loco va sujetando su cola de seda y organza para que no arrastre por el suelo lloroso. Tienes que estar guapa de blanco. Ella embarcará para no volver. Eso debería saberse. Hundirá espadas en los pechos desnudos, beberá su tétrica victoria con entusiasmo y llorará en silencio su marcha. Porque ella embarcará para no volver. Eso debería saberse.







Irás naciendo poco a poco

Tal vez la vida sea sólo eso. La lectura de aquel libro. Escribir un verso, probablemente mediocre. Subrayar frases hermosas con marcadore...