martes, julio 24, 2018

Marina Tsvietáieva. La alegría del infierno.



... ningún lugar,
si tú no estás allí, existe: una tumba.

Marina Tsvetáieva.



Yo digo que Marina Tsvetáieva era fuego. Y digo bien. A veces, me parezco a ella. Era fuego una mujer abocada a la vida sin remedio; a la muerte, sin remedio. Era, es y será exaltación de la vida y de la muerte, del amor, de la pasión, del castigo, de la recompensa, del dolor, de la felicidad, del sufrimiento. 

Pasión. Yo digo que Marina Tsvetáieva era pasión e infierno. Era no dormir por las noches, una constante inquietud, un desvelo, un violín tristísimo sonando en la habitación. Y el amor. Cuánto amor guardaba. Cuántas ganas de amar. Y qué difícil amar tanto. 

Escribir. Con premura, atacar el papel, componer las más bellas cartas, las más ardientes, las más ilusionantes, las más urgentes, las más puras. Dedicar una vida a las palabras y al amor. "¿Divago? Pero no se hallará / ni una letra que me aleje de ti." Porque ellas eran presencia. "Llevo en mí toda la pasión" ... "tengo tanta fuerza que con ella podría embriagar todo el infierno". 

Su poesía era el cauce al dolor. Escribía como sólo Marina puede escribir, con la determinación de un árbol centenario y la alegría infinita de una niña. Entonces los violines sonaban alegres y subían y alzaban el corazón de Marina. 

Distancia. ¿Acaso no sabe la distancia que es un acicate para el alma enamorada? "¡Querido Rainer! / Es aquí donde vivo. / ¿Me amas todavía?". 

Y Rainer muriéndose. 

Y ella, lejos.

viernes, julio 20, 2018

Época de sombras con alguna luz de fondo




La incultura es una situación que encierra al hombre tan herméticamente como una cárcel. 

Simone de Beauvoir


Yo, como Trapiello, también busco una fotografía sobre la que escribir. Con una dificultad añadida: no escribo como Trapiello. Tampoco soy una erudita en nada, de modo que, únicamente podré dar pequeñas pinceladas, trazos escasísimos, y además cargados de subjetividad, de la fotografía que elija. Quiero advertir que es muy probable que, lo que deje escrito aquí, carezca de interés para la gran mayoría de las criaturas lectoras.  Puede que, incluso, carezca de interés para mí.

Trapiello, a partir de una fotografía tomada en 1937 en la que aparecen tres hombres y tres mujeres, cogidos del brazo, en traje de baño, entre los que se encuentra un apuesto y sonriente Luís Cernuda, retrata magistralmente una época de sombras con alguna luz de fondo. Luz por aquello de mantener vivo el arte, la poesía, en los momentos más difíciles de la historia. No he mencionado mi segunda dificultad: no he conseguido aún decidirme por ninguna imagen. Quizás sea más acertado decir que son muchas las imágenes que me llaman poderosamente la atención y, de ninguna podría decir una palabra que no se haya dicho ya.

Confieso que siento un placer absoluto por ese invento que llaman cookies. Esa forma tan desinteresada que tienen aquellos seres microscópicos e informáticos, - así los quiero imaginar, con ojitos y patas- de guardar mis búsquedas anteriores, conservar, de algún modo, el pasado, que es el que colorea el presente y da esperanzas al futuro, y que hacen que, al escribir, digamos por ejemplo, Simone de Beauvoir, la primera referencia que me aparezca sea Simone de Beauvoir nude, pues hubo un tiempo en el que aquella imagen ocupaba largamente mis pensamientos. Aún no sé bien el motivo de aquel interés. Todos sabemos que la musa de Sartre era una mujer completamente desinhibida y vivía la libertad como algo absolutamente natural. Qué era aquello que me atraía tanto. No era la imagen en sí misma, sino el momento, quizás equívoco o no. O, tal vez, la mirada de quien fingía no estar allí. Quizás el que, una mente brillante, tuviera unos minutos para coquetear desnuda frente a un espejo. Lo más seguro, el erotismo de aquel instante. Pero ¿era Sartre quien miraba de reojo? ¿acaso eso importa? No. No lo era, a pesar de que sí miraba de reojo desde otra perspectiva. Se trataba de Nelson Algren, un tipo apuesto, escritor y estadounidense. Aunque ese dato no es del todo correcto. Quien disparaba era Art Shay, ¿estaba Nelson Algren con ellos?

Del erotismo, lo que nos atrapa, es precisamente lo que no vemos. Ése es el motivo del que querría escribir si supiera hacerlo. Y, la de arriba, la fotografía que elegiría si tuviera tiempo para tratar de escribir sobre ella.

Adonde te lleve el cabo de un hilo.

U no llega a Vladimir Maiakovski no por casualidad. No es fácil toparse con ese autor siguiendo la senda aterciopelada de la impasibilidad. ...