La posteridad de la pajarita de papel

Por casualidades de la vida, he rescatado de mi biblioteca El cementerio marino, de Paul Valery, un hermoso poema de uniforme estructura y exigente rima, -por otra parte, extraordinariamente comentado por el profesor Cohen y traducido por Jorge Guillén-, sin percatarme de que, entre las páginas del libro, viajaba una pajarita de papel. Yo, antes, hacía esas pequeñas aves de papel y, por lo que observo, debía guardarlas entre los libros, además de plumas, pétalos, recibos, tickets de compra, post-its emborronados,… en fin, ya saben. Ahí estaba, a la ciega espera de mi llegada. Ha caído al suelo ante la estupefacta mirada de los viajeros del tren de cercanías. Alguien dice, se le ha caído esto. Esto. Una bellísima pajarita de papel que aguardaba, pacientemente, el milagro de un vuelo imaginario. Con rubor la recojo, la devuelvo a sus páginas y me quedo meditabunda.  ¿Qué tipo de sentimiento habrá suscitado ese hecho  tan poético para mí?, ¿compasión por su lamentable encierro?, ¿indiferencia por su condición de papel?, ¿júbilo al pensar que aún existen esos elementos que, encierran, a su vez, momentos vitales, en el interior de los libros? Se impone la posteridad de la pajarita de papel.

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