Ejercicios de identidad.

Aquella noche
los libros, despertaron
para siempre.




Querida amiga:

Nunca te he confesado el modo en el que hablábamos de Hemingway y la Dietrich. El parecido de él con el señor X es asombroso. Y su pequeña kraut. Aquella pasión nos emocionaba. Del mismo modo conversábamos de Klaus y Lucas. Hablábamos como si fuéramos ellos. Y también, como ellos, practicábamos ejercicios de endurecimiento. Qué bien hicimos. Como si siempre hubiéramos sabido –desde el principio- cuál sería el final. Todo el mundo –incluso tú, querida amiga- debería ponerlos en práctica para, llegado el momento, no sentir dolor. Golpearse regularmente con la intención de no sufrir con los embates venideros. Ser más fuertes para resistir. Desde entonces admiro a Agota como se admira a una maestra. Leo sus frases cortas. Intento memorizarlas. Embriagarme de ella.


Pero,

al final,

siempre

aparezco yo.

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