Digámoslo así.

Digámoslo así.
Antigua
Como los pañuelitos de organdí.
Me gustan las páginas que amarillean.
Sentir que engorda el lado izquierdo y no el derecho,
que, directamente proporcional, va muriendo.
Cómo caen las páginas
de un lado al otro.
De una en una.
Con esa conveniente morosidad propia de la lectura.
El dulce polvo de una biblioteca.
Y el silencio.
Llamémoslo por su nombre.
Arcaica.
Como los ribetes de bolillo.
Qué sentido tendría Desierto
sino es en libro.
Por no hablar del pavor.
El de todas las cabezas fijas
en los reflejos de su pantalla.
Todos en su soledad.
Encerrados en sus cuatro ángulos de plástico.
Tanto aislamiento que asusta.
Entendamos entonces lo que soy.
Antediluviana.
Porque disfruto subrayando palabras.
Frases completas.
Garabateando márgenes.
Así que... por qué molestarme.
Asumamos quién soy.

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