domingo, junio 05, 2016

La aparición del pájaro que vuela

La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.

Jose Ángel Valente

Confieso que adoro leer en la cama. No puedo conciliar el sueño si antes no he leído, al menos, un par de páginas. Y además, soy lectora desordenada. Mezclo las lecturas caprichosamente. Las mantengo abiertas en mi cabeza y las voy alternando según mis deseos. Tal vez por eso, mis lecturas se prolongan demasiado. Una necesidad que puede tener su origen en mi afición a la escritura. Actualmente leo Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla -que, hoy, terminaré y, por ser una lectura difícil, aún se ha prolongado más- y también leo Purga, de Sofi Oksanen. Pero estas lecturas se ven infinitamente interrumpidas por la poesía. Para mí, leer poesía, es como alimentarme. A ciertas horas, y según haya acontecido el día, necesito un verso de aquí, un verso de allá, y mis neuronas, libres por fin de los números, de las operaciones del mundo financiero, de las ampliaciones de capital tan recurrentes estos meses de comienzo del verano, relajadas ya, hacen curiosas asociaciones de todas esas experiencias de la lectura. Fue ayer cuando me asaltó la feliz asociación de un poema de Valente con otro, bien distinto, del último poemario de Juan Bonilla, Poemas pequeñoburgueses, titulado Beberse un árbol y que, ahora, soy incapaz de separar.

miércoles, junio 01, 2016

Poner orden




Intentaba poner orden en mis pensamientos, como si  de una caja llena de cachivaches, de hoy y de ayer, se tratara. Y qué mejor modo de hacerlo que poniendo orden entre mi colección de libros. Orear algunos de ellos, dar cabida a otros. Por algún defecto mío que aún ignoro, acumulo toda la poesía en un solo estante y me sirvo de criterios de orden muy estrafalarios, como colocarlos en parejas amorosas, digamos Ingeborg Bachmann junto a Paul Celan o, se me ocurre, Única Zürn junto a Hans Bellmer. También sitúo cerca de Anna Ajmátova a Marina Tsvetaieva, en fin, esa clase sentimental de orden. Conviven en aquel estante entre setenta u ochenta libros de poesía que, ante la imposibilidad de permanecer en una fila única, se han visto en la necesidad de ocupar una segunda, ocultando la presencia de autores muy importantes en mi vida. De modo que, para alcanzar a Novalis, tengo que quitar de en medio a Cristina Peri Rossi. ¿Decir “los autores más importantes de mi vida” no es decir un disparate? Viniendo de mí, es posible. Libero, pues, una estantería para acomodar esos libros apelotonados. Decido llevar a esa balda libre a mis poetas predilectos. Aníbal Núñez, Joyce Mansour, Ana Cristina César, Alejandra Pizárnik y, recientemente, Juan Bonilla. Ahora, contando esto, me doy cuenta de que olvidé rescatar a Wislawa Szymborska. Al llegar a casa la trasladaré a un lugar privilegiado.

En esta reconfortante actividad, aparece un libro de Elías Canetti. No recordaba haberlo comprado. Pero ahí estaba. ¿Habrá más cosas que no recuerde? Tampoco recordaba mis pendientes de mariposa con un brillante incrustado y los llevo puestos. Cuántas pequeñas cosas olvidamos. El libro en cuestión, tiene en la portada la imagen de Canetti con ese pelucón blanco y el bigote avanzado como si quisiera salir corriendo. Un libro de ingeniosos y brillantes aforismos que uno no se cansa de leer. Un libro que necesita ser señalado y escrito y manoseado. El suplicio de las moscas. Lo leo sintiendo punzadas con varios de ellos. El dardo en la palabra. Me pregunta una compañera si le compro una pulsera. Levanto la cabeza. Me pesan los parpados. Es roja. De plástico. En ella aparece escrito en blanco Yo también soy refugiada. Por supuesto compro una y me la pongo. Me asalta una idea de la que quizá debiera avergonzarme. Sentirme acogida en mi propia casa, refugiada, protegida de los sentimientos que no soy capaz de dirigir. ¿Se pueden controlar los sentimientos? ¿anularlos? Se puede uno refugiar entre las sábanas con un libro de Canetti en las manos, y sentir que, así, estás a salvo.

Ella quiere suicidarse, dice, pero después de que él le pida disculpas.

Elías Canetti.

lunes, mayo 30, 2016

81 casillas

Llevaba varios meses tratando de resolver un sudoku de nivel avanzado cuando, ante la certeza de su incapacidad para llegar a una respuesta única, se levantó e iracundo, lanzó una interminable lluvia anegando el archipiélago nipón.

jueves, mayo 26, 2016

La vida vivida

Sabía de sobra que, a su edad, él ya comenzaba a codiciar mujeres jóvenes. Al menos, veinte años más jóvenes. Mujeres bonitas y candorosas como ángeles o impertinentes e insaciables perritas. Tantas como cupieran en una noche, en una canción. Pero todas ellas debían cumplir aquel apremiante requisito de la carne tierna y el alma aún vacía, expuesta a su total influjo. Mente simple y lengua larga como la de una mariposa. Las extremidades abiertas, a la latente espera. Algo completamente opuesto a sus deseos, donde se cumplía la fórmula contraria. Pues, a menos que se tratara de una mente brillante, para ella carecería de cualquier interés la juventud en un hombre, primando la vida arrastrada, complicada y, a buen seguro, los sentimientos difíciles, abrasivos, suicidas. El desarraigo del corazón al cuerpo. Las oscuras conversaciones, el humo, el alcohol. El todo o nada. Morir si es preciso. En definitiva, la vida vivida.

miércoles, mayo 25, 2016

El columpio

Lleva meses eligiendo ese banco. Con el corazón esperanzado, aguarda. Cuando ya se da por vencido, una princesita se sube y se balancea fuertemente. Un día más la maquinaria funciona.

martes, mayo 24, 2016

Dibujar a Ajmátova

Cómo dibujar a Maiakovski sin reparar en Ajmátova, en sus ojos verdes, en su tierra blanda. Sé que os sorprende que no me detenga en Lily Brik. Os diré por qué. A Lily la tenía, a ella y a Osip. Tenía el pack completo, pero a la acmeísta la deseaba, aunque lo expresara tan violentamente. Sabía que, de conseguirla, caería muerto de amor. Cuando Maiakovski se transparentaba tenía una Ajmátova desnuda por corazón.

viernes, mayo 20, 2016

Amor controlado

A Javier Puche.

Se ha comprado el último modelo de impresora. Es una máquina bellísima. Láser. Multifunción. Silenciosa. Bordes redondeados simulando dunas. Al atardecer, se sienta en su mesa y escribe. Una frase basta como pretexto para ponerla en funcionamiento. Teclea “estoy aquí” e imprime. Aquel aparato, emite un bip y suspira, mientras escupe dulcemente el papel.  Haciéndose el distraído, se percata patéticamente del mensaje impreso con un “oh”. Y lee “estoy aquí”. La emoción lo embarga. Y vuelve a teclear “te echaba tanto de menos, amor”. Da la orden de impresión y, de nuevo, suena el bip; sólo después, el lánguido suspiro. “Oh", repite con falsa sorpresa. Cuando está satisfecho de tantas absurdas dulzuras, la apaga y ésta deja de titilar. Mientras espera la llegada del sueño, fantasea con las frases que, al día siguiente, recibirá.
Lástima que lo encontraran muerto sobre su mesa. Yacía junto a la impresora, que con luz de alarma y sonido estridente, reclamaba tinta sin descanso. En la mano, guardaba con fuerza, un pequeño estuche de tóner vacío.

Truman Capote

jueves, mayo 19, 2016

Ver


Y fue el ciego, que caminaba a pasos cortos, con ayuda de su delgado bastón y de aquel nervioso repiqueteo a izquierda y derecha, clic clac clic clac, el único que vio lo que se nos venía encima.

Obrar una alquimia

Decir la verdad tal y como la ve [el poeta]. Decirla tan bellamente, tan sorprendentemente como pueda; encender con ella su propia capacidad...