La aparición del pájaro que vuela

La aparición del pájaro que vuela
y vuelve y que se posa
sobre tu pecho y te reduce a grano,
a grumo, a gota cereal, el pájaro
que vuela dentro
de ti, mientras te vas haciendo
de sola transparencia,
de sola luz,
de tu sola materia, cuerpo
bebido por el pájaro.

Jose Ángel Valente

Confieso que adoro leer en la cama. No puedo conciliar el sueño si antes no he leído, al menos, un par de páginas. Y además, soy lectora desordenada. Mezclo las lecturas caprichosamente. Las mantengo abiertas en mi cabeza y las voy alternando según mis deseos. Tal vez por eso, mis lecturas se prolongan demasiado. Una necesidad que puede tener su origen en mi afición a la escritura. Actualmente leo Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla -que, hoy, terminaré y, por ser una lectura difícil, aún se ha prolongado más- y también leo Purga, de Sofi Oksanen. Pero estas lecturas se ven infinitamente interrumpidas por la poesía. Para mí, leer poesía, es como alimentarme. A ciertas horas, y según haya acontecido el día, necesito un verso de aquí, un verso de allá, y mis neuronas, libres por fin de los números, de las operaciones del mundo financiero, de las ampliaciones de capital tan recurrentes estos meses de comienzo del verano, relajadas ya, hacen curiosas asociaciones de todas esas experiencias de la lectura. Fue ayer cuando me asaltó la feliz asociación de un poema de Valente con otro, bien distinto, del último poemario de Juan Bonilla, Poemas pequeñoburgueses, titulado Beberse un árbol y que, ahora, soy incapaz de separar.

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