Erosión.

(Presentación del libro Erosión el día 29 de Noviembre de 2017 en la librería Nakama Lib.)

Quería recordar las palabras de Roberto Juarroz en torno a la poesía. Dicen así:

"Una palabra es todavía el hombre.
Dos palabras son ya el abismo.
Una palabra puede abrir una puerta.
Dos palabras la borran".

Esto explica, en cierto modo, que Erosión haya sido escrito valiéndome de muy pocas, escasísimas palabras. Sin artificios. Sin hacer piruetas. Sin ser pretenciosa o tratando de no serlo. Nada de doble salto mortal. Ni redoble de tambores. Sólo palabras esenciales. El verso corto y el ritmo me daban la pauta. Abrían el camino. Yo sólo caminaba sintiéndome cómoda en ese, por qué no, viaje iniciático hacia la batalla contra mis propios fantasmas.

Se trata de un discurso interior, un soliloquio paranoico, reiterativo, acometido con la vana intención de aplacar una tristeza; impedir, de algún modo, que se instalara en mi geografía, dentro de mis límites. Evitar que se erigiera reina y se quedara para siempre aquí, creando un estado emocional anómalo y algo esquizofrénico. De ningún modo echarla, sino, digamos, tratarla como ella necesita, darle su lado, con mucha mano izquierda, hasta dulcificarla como el arrope, pero mantenerla a raya.

La idea central del libro es la soledad o al menos eso creo, que si bien no es una emoción alegre, sí que alberga otras que son positivas, como la fuerza, el orgullo o la resistencia ante la adversidad. Porque sí, Erosión es un libro triste.

No me refiero a la soledad física, sino a la otra soledad, la peor de todas. Ésa que arremete cuando la muerte hace acto de presencia. Esa soledad egoísta que te engulle aunque todo a tu alrededor parezca abrazarte.

Después me percaté de que, cada poema, era un objeto. Un objeto atravesado de angustia, pero objeto. Comprendí que, los versos, por sí solos, no decían nada. Coges un verso, lo lees y nada. Qué poca cosa. Ésa es la verdad. Pero esa concepción de pequeño artefacto que estalla en los labios, me sedujo hasta el punto de necesitar más. Un poema más. Y otro. Y otro más. Era, de algún modo, trabajar la nanoingeniera emocional de la histeria. Ahondar en mí misma. Tratar de explicarme. De entenderme también con las palabras justas y necesarias. Expresar sentimientos indecibles con palabras que ya fueron sin darse cuenta o nunca las dejé ser. O no quisieron ser, pero ahora pujan por serlo y son primicias. Palabras que, con su simpleza y su nitidez, ocuparían -u ocupan- lugares excelsos, como lo es un poema.




Erosión es resutado, no sólo de mi apremiante necesidad de decir, sino también de la pasión que Andrés García Cerdán puso para que enviara el borrador, como poco a Marte, porque de lo contrario, lo haría él mismo a pie, o a la pata coja si así se lo exigieran; y no existiría, sin la lectura atenta de Abelardo Linares, en adelante, el editor, que no dudó de mi libro, y eso me hizo dudar a mí; y desde luego, nada hubiera sucedido aquí, en Nakama, de no ser por la ayuda de Juan Bonilla que, pacientemente, ha ido resolviendo, con humor, todas y cada una de mis angustias, por la de Alfonso Brezmes, que sabe cómo mantenerme calmada porque es la quietud hecha persona y, finalmente, por la de Ángel Petisme que, desde un primer momento, no puso objeciones en ayudarme, sin saber quién era yo, si una primeriza o una asesina en serie. A todos ellos, mi más sincero agradecimiento.

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