Hoy me asaltó el recuerdo de Merceditas, la niña coja, ¿te acuerdas de ella? caminaba arrastrando con disimulo el pie derecho, como un ángel caído. Daba la impresión de que se acababa de torcer el pie. Pero no, Merceditas nació sin poder hacer el juego del tobillo. Su piernita crecía rígida. Siempre tardaba más. Tardaba más para llegar al cole. Tardaba más para salir al patio. Tardaba más para encontrar nuestro escondite en el que nos quedábamos horas, hasta que se nos olvidaba que nos estaban buscando. Merceditas no jugaba al truque. No podía adoptar la figura del flamenco dormido. Se limitaba a mirarnos con su bocadillo de mortadela en la mano, al que daba pequeños mordiscos. No sé si alguna vez hablaste con ella. Yo si. Cuando nadie me veía solía contestar sus preguntas. Tenía un aire intelectual Merceditas. Me hablaba de La cripta embrujada y yo le preguntaba si era una historia de Enid Blyton. Sonreía magnánimamente, como excusando y me explicaba lo divertido que era aquel libro. ¿Te apetece venir a mi casa y lo leemos juntas? Pero yo no tenía tiempo para Merceditas.

Siempre la veía alejarse tranquilamente, dándose oportunidades. Tuvo la suerte de aprender que no vale de nada la prisa, excepto para caer. La vida se nos viene sola, a su ritmo, al compás de un cojeo. Desde atrás se la veía arrastrar el pie con disimulo. Me pregunto cuántos libros irá por delante de mí.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¿flamenco dormido?
habría que veros...