sábado, febrero 14, 2009

El día más feliz de su vida.

Edmundo tiene claro lo que hacer con su vida.
Se anuda la corbata.
Revisa sus gemelos y aún le queda un minuto para estremecerse.

¿Si? / ¿Edmundo? / Sí, diga. / Soy Graciela... / Graciela... claro, vaya... no podrá ser ahora. Justo iba a salir. Me caso. / ¿Te casas? no me dijiste nada.../ Se me pasaría... te llamo yo ¿te parece? / Eso me dijjiste, aún sigo esperando... ¿no lo pasaste bien, Edmundo? / Si, lo pasé bien... tengo que irme... Lo siento... te llamaré, descuida. ... / Está bien. Sé feliz. Apunta “Hospital Centro”. Maternidad. Es bellísima.

jueves, febrero 12, 2009

Maniquíes

Le han crecido piernas
al jardín,
apuntando al cielo,
plásticas y lujuriosas
pálidas como la luna.

Son piernas de cabaret
lascivas, gélidas, sólidas,
pequeños narcisos a la orilla
de un estanque de ciudad.

Voy por un pasillo
frío y solitario,
entre Recoletos y Alcalá,
y un insistente repicar de campanas
me anuncia a un Dios atenuado,
ridículo y disminuido,
incapaz de amonestar para que entre y le adore.

Las piernas miran,
parecen sonreír,
quieren que mire yo también
el beso de dos amantes,
imperturbables,
que se tragan el alma
a cuchillazos.
¿Cómo iban a saber?
si nadie les advierte
del peligro de muerte
de aquellas falsas flores.
Antes de que mueran ellas
las mataremos nosotros
golpeándolas con la mirada
de la incomprensión.

Al jardín le han crecido piernas
desfallecidas,muertas.

domingo, febrero 01, 2009

Crónica de una maldita noche

Paso lentamente las páginas de un periódico marchito, abandonado sobre la soledad de una mesa de mármol, entreteniendo al demonio de mis pesadillas con lecturas y más lecturas, mientras una ligera pesadumbre va apoderándose de mis ojos, haciéndolos cada vez más pequeños, más distantes, menos míos. Acercándome de nuevo al abismo.

A cada página que paso, una tormenta sonora eclosiona en el salón; como un bombardeo a la quietud nocturna que se instala cada noche en el sofá y que no es más que una pequeña muerte que suma y sigue.

Estoy soñando despierta con mis sueños más profundos, esos que proceden de otro tiempo, de combas y faldas tableadas, de truques y trenzas, hasta que me detengo en la imagen de un hombre con cara de lápiz. Tiene los ojos hundidos, tratando de empujar la piel, de salirse del cráneo. Parece que solo hay ojos en su cara larga y huesuda. Es un rostro triste de guerra. Sobre él corona un cartel de cine pintado a mano. Clark Gable y Lana Turner tienen la mirada perdida en el horizonte, acaso pergeñando el modo de huir juntos, avistando un sueño. Otro sueño. Yo también miro aquel diestro infinito, pero donde yo miro no hay nada.

Cierro el periódico y se convulsiona la noche. Ya no es el mismo repicar de campanas. Falta el aliento. La mano culpable. Doy las buenas noches y pienso en la guerra que no he vivido. Y pienso en Joyce y en Proust y en Picasso, y me contento con soñar de nuevo con esa lluvia fina que apenas moja, pero que empapa la ciudad de llanto.

Desde mi ventana la vida solloza como una princesa abandonada. Pienso que el monstruo digital bramará cuando despierte la hierba bañada en lamentos. Ahí fuera, la princesa devastada en sueños, parece que aún respira.

Ahora es cuando el tiempo


se detiene.

Ya nada se puede hacer,
salvo esperar dormida.

miércoles, enero 14, 2009

Enero y sus límites

Este frío invierno se adhiere a la piel

como una musaraña precipitada,

dibujando los contornos de mi cuerpo

a golpe de uña y hiel.

Mis límites absurdos de triste enero

se confunden con el vaho de tu boca

cuando auspicia alguna promesa remota.

La lluvia siempre me recuerda a muerte.

A padres.

La nieve siempre me despierta un dolor obsceno

que palio con tu cuerpo desnudo y cálido,

al que recibo entre sábanas y susurros

con la avidez de un recién nacido.

Este frío de enero se pega a la piel

como la seda roja a la porcelana.

Así es como limita mi cuerpo

con la entristecida lejanía

de este invierno cruel.

sábado, enero 03, 2009

TRISTE BAILE DE HUESOS

"Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados."

del poema Alma ausente
(F.G. Lorca)




Hoy me pienso ellos,
con el tiempo detenido entre mis dedos
y el viento agitado de ausencia.

He traído a mi memoria
aquellos muros heridos
de silencioso terror
de miles de padres irrepetibles,
hijos,
hermanos que se olvidan
en un montón de perros apagados.

Hay una ruina de lápidas en el cielo,
un velo de ignorancia que daña,
de nombres prohibidos
que se escriben con letra pequeña.

Es el miedo esta ausencia de sentido
de gritos orillados en la tierra.

Hoy me pienso ellos
y rehuyo al dolor.
Lo peor
es que todos los muertos se olvidan,
pero
hoy me pienso ellos
y hay un triste baile de huesos,
aullando
por permanecer vivo.

Hoy, con el tiempo detenido entre mis dedos,
me pienso ellos,
muertos para siempre,
y sueño
lápidas.

martes, diciembre 23, 2008

IV Certámen Relato mínimo Diomedea

LUCES DE NEÓN

Llueve. Los vehículos, con sus ráfagas, me impiden ver con claridad. A través del espejo retrovisor veo sus ojos suplicantes. Gritan enmudecidos. Tengo a la chica y el dinero. Ahora no es el momento, pero lo cierto es que, abriría la puerta y la dejaría huir. Con sus medias rotas. Tal vez podríamos hablar, tomarnos unas copas. Pero los negocios son así.


A esos cabrones les da igual la chica. No tienen hijos. No saben lo que es el dolor. Ella solo es una pieza que sobra en este rompecabezas. Jugarán con ella y después le meterán una bala entre sus preciosos ojos.


Diluvia. Deben estar dentro. Esperándome. Las luces de neón brillan duplicadas en el asfalto. Bien. Esto es lo que haré. Saldré del coche. Cogeré el dinero y después, la chica. La entregaré, tal y como acordamos. Ellos me darán mi parte y yo no volveré a pensar en ella jamás. Se acabó. Qué más da lo que hagan con su piel.


Cojo la bolsa con el dinero. Está húmeda. Bajo la ventanilla y la arrojo al suelo mojado. Meto primera y acelero. Segunda. Tercera. Los ojos de la chica me siguen mirando. Ya no hay vuelta atrás.

Esther Rodríguez Cabrales

miércoles, diciembre 17, 2008

Esther en el espejo

Me gustaría -de verdad me gustaría- poder asomarme al océano de este espejo y reconocerme en él sin que me arrastrara la marea. Creer que esa mujer es la misma mujer que hay bajo mi piel. Que con tan sólo hurgar con el dedo índice pudiera surgir de dentro, brotando como una diosa mortal. Que arañando mi piel, rompiéndola como papel de seda, emergiera de ese pantano oscuro que crece en mi vientre, donde las flores son negras y se riegan con sangre y lágrimas.

Ver en esos ojos mi propia mirada. Ésa que anda perdida como un fantasma condenado a ver lo que nadie puede ver. Lo que nadie se atreve a ver, arrastrando unas pesadas cadenas amarradas a la cruz de mi frente.

Pertenecer a esa sonrisa que se come una fresa, amarga de tentaciones, mientras me observa con la indiferencia de una canción gastada. A esas manos que peinan el cabello con cien golpes de cepillo mientras bisbisea nanas recónditas que nadie escucha. A esos dedos que recorren de arriba a abajo un rosario de secretos.

Saber que ella duerme a mi lado, como mi hermana gemela. Que me sueña suave y tranquila. Que me mece y me vela. Que me cuenta al oído nuestra vida y me dice que esta locura que nos ata es sólo nuestra.

Y me gustaría –de verdad me gustaría- creer que esa mujer que me mira soy yo misma.


Obrar una alquimia

Decir la verdad tal y como la ve [el poeta]. Decirla tan bellamente, tan sorprendentemente como pueda; encender con ella su propia capacidad...